Hombrecitos de andar por casa

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El hombre corriente tiende a minimizar las adversidades, a sobrevalorar su capacidad de acción en la batalla, y de recuperación en la derrota. Digamos que se cree más de lo que es, y muchas veces consigue que los demás también lo crean  Con esa actitud es fácil que piense que la mayoría de los problemas, en realidad son “problemillas” que no merecen demasiada atención, hasta que se transformen en una emergencia nacional. Los hombres solo intentan solucionar conflictos mientras estos sean grandes y declarados, pero si son disputas sin posibilidad de beligerancia, se vuelven absolutamente insignificantes, y si se trata de los problemas que hay que ir solventando día a día, directamente se vuelven invisibles. Por eso es muy fácil que un hombre hable de los problemas del mundo, pero no de los de su casa. De esta manera, gracias a su grandeza de mira, no resuelve ninguno de los dos. Si no tuvieran que reafirmarse permanentemente en el éxito, se arreglarían con dos o tres gilipolleces. La vida social y laboral de los hombres ocupa el ochenta por ciento de su vigilia, el hogar el veinte restante, de los cuales el diez por ciento se lo lleva el sofá. Esto explica que la mayoría de los hombres se encuentren, incluso más a gusto en una parada de autobús que en su casa. Y si la parada tuviese un tomacorriente podrían perfectamente quedarse a vivir allí. Competitivos, exhibicionistas, con pensamientos intrusivos recurrentes y persistentes, los hombres necesitan demostrar que conquistan y controlan. Sin embargo, este comportamiento repetitivo no parece ser para ellos todo lo agotador que resulta ser para las mujeres guapas que andan sueltas. Fuera de esto. Lo que más agrada a los hombres es estar con sus amigos.
Presidentes, políticos de primera línea moralizadora, banqueros, millonarios, intelectuales, artistas, militares de alto rango, aristócratas, gente de la realeza, y del pueblo raso, buenos y malos tipos, terminarían por encontrarse en el mismo burdel, si solo hubiese uno y retozarían con la misma meretriz, si solo hubiese una.

El enigma que el hombre tiene que resolver, es determinar si estar en misa y repicando en los burdeles, es una habilidad social o un cinismo inaceptable.

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