Uno es uno y su termostato

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Cuando uno vive en un lugar en el que hace mucho frío en invierno y mucho calor en  verano, suceden respuestas térmicas extremas en un sentido opuesto. Con lo que conseguimos que; en invierno pasemos de 5º en las calles a 38º en los comercios y edificios públicos, y en verano a la inversa.

Así podemos estar a disgusto en todas partes. Nadie atina con el termostato.
Los humanos no somos capaces de regular la temperatura en un punto de equilibrio para no responder al frio con bochornos, y viceversa. La culpa no es de los extremos, sino, como dicen los meteorólogos de la mente humana, de la sensación térmica que cada organismo siente frente a una misma temperatura; lo que a unos deja helados, a otros les hacer hervir la sangre. Una distracción insignificante y sin consecuencias en un cruce de carreteras puede desencadenar una respuesta furibunda en alguien que advirtió en ese descuido un acto imperdonable.
Vivir va de eso; de juzgar actos respondiendo a lo que uno siente frente ellos, y no frente al acto en sí.
Lo terrible de aquello que uno sintió que podría haber pasado y no pasó, es siempre más significativo que un horror inadvertido, incluso; que uno admitido. La vida va de eso; de responder según los estímulos que los demás forjaron en ti. “Uno es  uno y su termostato”.  Estamos sometidos a la sensación. La realidad es un referente inútil entre tu mente y la mía. Existe, no obstante, una temperatura adecuada para nuestros cuerpos.  Muchos sostienen que el mundo de las emociones y el arte perecerían si sólo estuviéramos expuestos a “esas” temperaturas. La vehemencia de los extremos exacerba la creatividad, dicen.  Pero lo cierto es que, en este mundo adverso, por cada innovador hay cien mil idiotas que no hacen más que reiterarse.
Cuando voy a la playa en primavera avanzada o principios de verano y me tumbo en la arena, cierro los ojos y me transformo en el testimonio inmóvil más rudimentario de una felicidad que no es necesario explicar. En ese lecho tolerante donde no tengo nada, nada me falta. Mi cuerpo y mi mente se aferran a esa temperatura acogedora. Nadie me amará más por estar allí, pero no tengo que hacer ningún esfuerzo para adaptarme a nada. No tengo que combatir creativamente ningún despropósito.
Entre la intemperie de la soledad y el asilo en una muchedumbre sofocante, hay quienes solo buscamos simplemente, un lugar donde poder cerrar los ojos y sentir una felicidad que no sea necesario explicar.

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