Retrato del amor

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Retrato del amor

   Cuando somos adolescentes, únicamente somos seducidos por rostros “bonitos”; porque al principio no nos enamoramos de una persona sino de su retrato. Es un amor close-up; ojos, boca, nariz, cabello, corte de cara. Ni siquiera reparamos en su voz, mucho menos en lo que dice. No es que no estemos interesados en oír, es que el interés por su rostro nos distrae de los que nos dice. En los hombres la etapa closed-up dura poco, hasta dieciséis años, más o menos, momento a partir del cual dejan de interesarles los retratos y comienzan a gustarles más los bustos (nunca mejor dicho). Luego las preferencias caen aún más bajo; hasta las caderas exactamente, llegando incluso a un punto en que puede que tengan serias dificultades para reconocer a las mujeres únicamente por su rostro, que pasa a ser la parte de atrás de la parte que más les atrae (lo sé, esto es una ordinariez, pero hay verdades que lo son, las digas como las digas).
En Cambio para las chicas, los primeros amores, los del retrato, se prolongan hasta los veinte, más o menos. Después, en un porcentaje altísimo de ellas ocurre algo francamente misterioso, comienzan a sentirse atraídas por tipos más bien deleznables, con malas maneras y actitudes despreciativas (el sueño de sus padres). Lejos están los aduladores lameculos que harán estragos con ellas a partir de los cuarenta años o “cierto sobrepeso”. Cuando ellas salen del closed-up van directamente a los impresentables, duros y malos, que algunas dicen. Esto es posible porque en ellas se comienza a forjar el síndrome de la doctora Frankenstein; se trata de transformar a un impresentable en un compañero espléndido.
En el caso de la mayoría de los hombres, con patética frecuencia, el perfil de “belleza”  que les atrae, permanece congelado en su cerebro desde los dieciséis hasta los ochenta, y, al contrario que ellas, desean que sus parejas no cambien jamás, es decir; que permanezcan toda la vida con el mismo aspecto; con el mismo aspecto que cuando la conocieron, claro. Estos tipos de amores pertenecen a “la belleza que seduce”, y dura mientras dura la imagen que la genera.
Pero si un día sientes que una ausencia te registra por dentro; sientes el vacío de tener los ojos vacíos, el cuerpo ocupado pero vacío, ajetreadas las manos pero vacías; en ese instante, te quedarás sin rostros. Empezarás a sentirte atraído por alguien por cómo mira, cómo habla y lo que dice, por cómo mueve las manos, por cómo está de pié; por innumerables gestos en los que jamás hubieras reparado hasta que los viste en esa persona, por cómo esa persona se relaciona con los demás, ¡y los demás con ella!, por la manera espontánea y franca que tiene de revelar cosas que la vergüenza aconseja ocultar, por la manera honesta que tiene de decir “no sé”, porque te hace preguntas que nadie te hizo, por cómo  te mira, cómo te toca con toda la mano y porque te escucha con todo el cuerpo. Un día te das cuenta que es tanto lo que te gusta esa persona, que te gusta hasta cuando está de espaldas a ti; no necesitas verle los ojos, ni la cara, ni oírla hablar, ni verla gesticular, ni nada; te gusta de puro verla. Y cuando creías que eso era lo máximo que alguien te podía gustar, entonces descubres que no, que incluso ¡te puede gustar más aún! te gusta hasta cuando no está, y es tanto lo que te gusta cuando no está, que empiezas a asustarte porque no está, y quieres que esté, sueñas que esté. Finalmente el otro, en tal circunstancia te habitará de tal manera que será parte de tu “dentro de mí”. Eso, para mí, es el amor, los demás; pasatiempos.

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