Libre, que te quiero libre

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Los hombres que hemos soñado a las mujeres libres y tranquilas, sabemos que las sociedades mas avanzadas les han otorgado la emancipación solo para que todas las industrias de la moda y la estética las tiranicen después de esquilmarlas. Eso, junto con la incorporación al mercado de esclavos que llaman «mercado laboral» conseguirá lo que no consiguieron cien mil años de machismo y brutalidad; desgajarlas por completo de su propias raíces hasta transformarlas en algo  inclasificable.
Las tareas del hogar nunca fueron gratificantes, pero lo cierto es que tampoco lo son los trabajos ingratos, frustrantes y mal pagados que la mayoría de ellas ahora realizan en ciento de miles de fábricas, bares, restaurante, y supermercados. La culpa la tienen los hombres, que  nunca colaboraron en la casa y con el cuidado de los hijos y encima jamás reconocieron y agradecieron  el sacrificio enorme  que aquello demandaba.  Cuando leo los lúcidos escritos de María del Prado Esteban me doy cuenta de que hombres y mujeres puede que nunca lleguemos a ser «nosotros juntos», y que permanezcamos como siempre; nosotros y nosotras por separado.

Es muy difícil pedir a la mujer que oiga la voz de quién no la quiso oír, por eso reproduzco un fragmento de María del Prado Esteban, e invito a que lo leáis, porque en esa libertad cabemos los hombres que respetamos y soñamos que un día las mujeres serán libres de verdad y estarán tranquilas para decidir ser lo que quieran y fabricar su propia biografía sin presiones de ningún tipo.

 Las mujeres estamos asistiendo a nuestra demolición como seres humanos y como mujeres, y estamos contribuyendo a ella (…). El siglo XX fue el de la misoginia disfrazada de liberación de la mujer. La incorporación masiva de la mujer al trabajo asalariado ha permitido que la empresa decida en su vida. Ese trabajo que destruye la inteligencia y la sociabilidad femenina compone hoy una nueva domesticidad tan embrutecedora como la del ama de casa. La desaparición de todas las instituciones naturales y horizontales de vida (familia nuclear y extensa, comunidad, vecindad y grupos de afinidad) han hecho de la soledad y el aislamiento la norma. Las estructuras existenciales modernas, las ideas dominantes y la represión han matado en nosotras cosas que son esenciales para vivir como personas: el albedrío, la inteligencia, la voluntad, las habilidades prácticas y los deseos e impulsos propios y naturales (…). Nos están convirtiendo en infra-seres biónicos sólo aptas para el consumo y el trabajo. (…) Nos hemos acostumbrado a hablar de las mujeres como si nuestros problemas tuvieran una entidad por sí mismos, como si nuestro universo femenino fuera completo y perfecto y no fuéramos únicamente la mitad de la humanidad. Es injusto y escandaloso que no hablemos de los problemas de los hombres. La masculinidad es hoy difamada vinculándola a la agresividad y al maltrato. Los varones son preteridos por la legislación, incluso perseguidos y acosados con leyes sexistas como la Ley de Violencia de Género, presentando a las mujeres como menores de edad custodiadas por el Estado. (…) Necesitamos construir un ideal de feminidad para el tiempo presente, nuevo, imbricado en nuestro espacio-tiempo. También necesitamos un ideal de virilidad, un hombre que exprese su masculinidad sin miedo…”.

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