La doncella y el príncipe viejo.

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LA DONCELLA Y EL PRÍNCIPE VIEJO
(Cuento minúsculo)

Anoche salí con una doncella. Fuimos a ver una obra sobre un héroe  inseguro, torpe, gracioso, irónico, enamoradizo y muy joven. Durante la representación la doncella miraba a su héroe con ojos soñadores y yo miraba a la doncella como mira  un príncipe viejo consciente ya de su fugacidad, pero feliz de ver cuan saludables son los caprichos del amor y con cuánta alegría se refugian en la juventud.

Después de la obra, fuimos a cenar. En la posada la doncella le indicó al posadero una mesa a su antojo. Yo me adelanté unos pasos para apartar su silla y permanecí erguido y sonriente intentando disimular todas mis ruinas frente aquel manojo de esplendores que ni siquiera su mirada tímida y complaciente podían ocultar. Durante un instante pude sentir el atisbo de grandeza que supondría arrojar mi capa al suelo para que una dama como aquella no se mojara los pies. Tal vez debas saber que la doncella  de la que te hablo tiene once años. Y tal vez deba decirte que me llama papá. Yo la escucho y le hablo como un príncipe viejo. No se ha percatado todavía que ese trozo de hierro envainado que guardo en mi armario una vez fue la espada de Excálibur. Un día de estos la desenvainaré y le demostraré que solo alguien capaz de defenderla con el corazón puede manejar con fiereza ese artilugio.
    Después de la cena salimos a dar un paseo. “¡Mira que luna más bonita! ¡Está llena!“ dijo ella señalándomela mientras caminaba de mi brazo. Entonces, me explicó que si yo tenía algún deseo, debía escribirlo en un trozo de papel que luego debía arrugar con mi puño izquierdo, ponerlo en un recipiente de cristal con agua en el alfeizar de mi ventana a la luz de una luna llena, y esperar. Si al otro día el papel estaba en al fondo del recipiente mi deseo se cumpliría. A media noche devolví a sus aposentos aquella vida dulce y asombrosa. Al despedirnos me abrazó. “Te quiero papá” me pareció oírle decir. “yo también la quiero a usted” creo que le respondí. Después, volví a mis muros donde guardo todos mis descalabros. En un trozo de papel escribí mi deseo, estrujé el papel como si fuese un sueño y lo puse dentro de un recipiente de cristal con agua a la luz de aquella luna. Tal como ella me indicó. Cerré los ojos y supliqué con inocencia ¡Oh Dios mio! ¡Dios mio! ¡Haz que sea muy feliz!
         Esta mañana, apenas me desperté fui a mirar el alfeizar de mi ventana  ¡No había nada! En un confuso instante de estupor y desencanto entendí que lo había soñado todo. Mas tarde, mientras me preparaba un café sonó el móvil. Era mi hija. Me pedía ir a ver Spiderman. Yo le propuse cenar después de la película. Quedé en recogerla en casa de su madre. A eso de las  de las nueve de la noche bajé a por la moto. Curiosamente había luna llena, y recordé mi sueño. Entonces, subí a mi casa y dejé flotando dentro de un jarrón de cristal con agua en el alfeizar de mi ventana un papel arrugado con mi mano izquierda con un deseo escrito que no te voy a decir cual es porque tú, ya te lo imaginas.

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