Club anti Barbie

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VIENEN ANTORCHAS  ANSIOSAS DE CENIZAS

Todo devenir humano es como un río; lleva en la superficie el cristal de la vida pero los causes son las heridas. Nada fluye sin abrir, sin apartar, sin dividir. La vida estalla al empezar y debe romper para seguir. El río no muere en el mar sino en la ciénaga. La muerte es eso, un estancamiento. Hay que aceptar las heridas como cause de la vida. Pero a veces los ríos se sobrecargan. Para saturarlos hace falta furia, mucha furia. Furia y desmesura. No es fácil sobrecargar algo cuya razón de ser es el descargo. Así, entonces, eso ya no es un río, es la codicia de una turbulencia. Así, entonces, esas aguas no llevan, arrasan. La insumisión violenta saca a la superficie lo que debe ser el sedimento, le inculca sus residuos, con lo cual no fluye limpia la razón. Así, entonces, ese río ya no lleva la vida, sino la destrucción.
            Hace uno días, mi hija de once años; educada para que le dé vueltas a las cosas, manifieste con libertad sus emociones, con claridad sus pensamientos, con franqueza sus opiniones y también para que me ponga en duda y me cuestione (con buenas maneras y con humor, si es posible), me pidió, influenciada por los tiempos que vivimos, que le regalara un libro, según me dijo, de “poesía feminista”. No voy a citar el libro ni a la autora, no solo por el bien de la poesía, sino por respeto al movimiento en favor de una sociedad en la que quede superada la dicotomía hombre-mujer. Podría haber dicho «feminismo», pero no lo he hecho porque «aquel río» no es»este río». Este río no busca encajar en los relieves heterogéneos del paisaje humano, sino inundarlo todo. Este río aspira a ser pantano. El predominio del estanque sobre la geometría de los meandros. Este movimiento turbulento, depravado y vulgar, odia a Herbert Marcuse, Virginia Woolf, Betty Friedan, Camille Paglia y entroniza el feminismo de la poetisa del libro que mi hija me pidió que expresa así un desacuerdo con alguien crítico:

“Me paso tanto por el coño tu opinión, que estoy por fabricarme tampones con ella”
            Vienen antorchas ansiosas de cenizas. Más temprano que tarde pasarán por mi calle. Se detendrán en mi portal. Leerán en mi buzón que en el tercero vive solo un hombre, y subirán. Cuando el humo se cuele por debajo de mi puerta, como inexplicable acto de lealtad a cierta herida, me pondré a leer tranquilamente a Wisława  Szymborska. No le tengo miedo a los disparates, ni apego a la vida. Estoy unido a todo lo que amé en el silencio, la soledad, y la distancia. Acepto que en cualquier momento pueda acabar conmigo  algún deseo que se le haya ido de las manos, a otro, o a mí. Cuando se vayan las enardecidas, el crimen no será que haya ardido yo, sino la gata de mi hija que vive conmigo.
           Cuando mi hija cumplió dos años su madre y yo, con la mejor de las intenciones, le regalamos un triciclo con una pegatina que decía “Club anti Barbie”. Debimos ponerle una pegatina que dijese “Club anti barbarie” o simplemente regalarle un bate de baseball con clavos en la punta. 

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