6.000 palabas al día

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Está comprobado que las mujeres hablan más que los hombres. Quizás se deba a los miles de años que han permanecido esperando en lugares aburridos. Como contrapartida los hombres hablan bastante menos, podría deberse a la estrategia depredadora que les ha obligado a permanecer ocultos entre matorrales y en silencio. En lo que no hay dudas es que estas peculiaridades de cada género siguen estando presente en sus conductas, como si ellas siguiesen aburridas y ellos calladitos esperando dar el zarpazo.
En cierta ocasión me encontraba dando un paseo, cuando, en un momento me adelantó un señor de unos sesenta años. Segundos después, me adelantó una señora más o menos de la misma edad a paso un poco forzado, hablando sola. Al pasar por mi lado ella le dijo en voz bastante alta, al señor, que presumo era su marido.

 –   Caminas tan rápido que no hay manera de hablar contigo.

–    Eres tú la que camina muy lenta y no paras de hablar –contestó él con                fastidio.

    Un estudio que hizo la Universidad de Massachusetts o Minnesota, no recuerdo muy bien (Da igual todas las universidades norteamericanas siempre están haciendo estudios), decía que una mujer necesita pronunciar seis mil palabras al día, en tanto que un hombre con ochocientas va sobrado. Doy fe. Yo mismo he conocido mujeres capaces de pronunciar seis mil palabras en un viaje en ascensor. También he tenido amigos que después de casarse han reducido su cuota de palabras a cincuenta de lunes a viernes y veinticinco los fines de semanas. He sabido de hombres que después de cuarenta años de matrimonio han debido tomar clases de idioma (su idioma) porque lo estaban olvidando. Otro estudio de otra Universidad de por ahí, también reveló que la mujer posee el don de poder hacer varias cosas a la vez, incluso en sitios distintos. En cambio el hombre tiene serias dificultades de concentración para realizar dos cosas al mismo tiempo, como caminar y mascar chiche o afeitarse y pestañear. Una mujer puede hacer un sudoku mirando la televisión mientras habla por teléfono al mismo tiempo que se pinta las uñas.
En una dirección o en otra, lo importante es llegar a un entendimiento que no pasa por repartir equitativamente las palabras y los silencios sino por comprender la naturaleza de cada género. La solución para que una mujer tenga una pareja que hable, escuche y memorice igual que ella, es que se ayunte con otra mujer. Exactamente lo mismo sugiero a los hombres. Lo que no vale es quejarse de lo que ya sabemos que es.

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