(de mi libro: LOS HOMBRES QUE HACEN FALTA)

En su escala evolutiva una increíble cantidad de hombres han pasado de Homo sapiens sapiens a calzonazos  sin experimentar nada placentero y noble en medio. Una corriente cada vez más rabiosa y justiciera nacida al calor de todas las tropelías cometidas por hombres deleznables contra la mujer en los últimos cien mil años, construye vigorosa y tozudamente las condiciones socioculturales donde, para acabar con la lacra del machismo, se desarrolle un hombre inútil, manso y obediente, de sexualidad accesoria, cuya libertad llegará hasta dónde él sea capaz de pasear al perro.  

Un creciente número de mujeres que  parecen haberse enemistado con todos los peluqueros y han decidido cortase el pelo con un cuchillo desafilado, opinan que la forma más eficaz de acabar con el machismo es acabar con todo lo que se parezca a un hombre. No tengo dudas de la eficacia de tal medida. Pero parece una solución muy radical: Como acabar con la amenaza de la toxoplasmosis matando todos los gatos o coserle el culo a los perros para que no caguen en los sitios públicos. No son maneras.

¡Pobres gatos!
¡Pobres perros!
¡Pobres hombres!

Algo se ha podrido y no se sabe muy bien cuándo empezó. Pero las brigadas justicieras que reparten culpas y desean aplicar los castigos han hecho el identikit para identificar a los responsables de la gran cagada machista que llaman heteropatriarcado: Ser vivo masculino que no es gay, ni transexual, ni travesti, se resiste a depilarse y se atreve a de decir “No estoy de acuerdo»

Pero lo que de verdad jode es ver que hay hombres (por llamarles algo) que sostienen las velas en los aquelarres vudú donde esas locas degüellan gallinas y pinchan muñecos con forma de hombre mientras danzan posesas alrededor de una pira hecha con calzoncillos al tiempo que gritan:

¡Muerte al patriarcado!
¡Muerte al machirulo!
¡¿Por qué ningún hombre me invita a cenar JODER?!